El camino
Dice una leyenda que, en una ocasión, un hombre joven se acercó a Buda para preguntarle qué debía hacer para alcanzar el objetivo final.
Durante años había estado asistiendo diariamente a las enseñanzas de Buda. Le había oído hablar de la tolerancia. Había dedicado tiempo a meditar sobre unos principios que nunca había puesto en práctica. Algunas personas podrían interpretar esta actitud como de resistencia, rebeldía o enfado, pero más bien parecía que nunca encontró la oportunidad para llevar a cabo las enseñanzas que se le impartieron.
Cierta tarde hizo acopio del suficiente valor para formular a Buda una pregunta:
«¡Oh, Sabio Señor!», empezó diciendo, «durante años he escuchado vuestras enseñanzas. He intentado aprender cuáles son los caminos que conducen a la iluminación, pero ello no ha modificado mi vida en ningún sentido».
«Entonces», inquirió Buda, «¿cuál es tu pregunta?»
«A lo largo de los años», dijo el joven, «he visto a muchas personas asistir a sus enseñanzas. Algunas se quedan, otras se marchan. Entre ellas hay monjes y monjas, ricos y pobres, hombres, mujeres y niños. Algunas parecen haber alcanzado su objetivo. Demuestran un sentimiento de paz interior. Cuidan de los demás. Viven con alegría y felicidad. Pero no con todas las personas sucede lo mismo; es más, a la mayoría no le sucede esto. Diría que la mayor parte de personas siguen siendo las mismas que cuando vinieron por primera vez. Incluso para algunas, las circunstancias de sus vidas han empeorado. Obviamente, usted es un gran maestro. Es caritativo y bondadoso con esa gente. ¿Por qué no utiliza su poder para ayudarles? ¿Por qué no les indica la forma de alcanzar su objetivo final?»
La expresión de Buda era compasiva, pero su respuesta pareció intrascendente. El hombre pensó que no había captado el planteamiento de su pregunta.
«¿Dónde está tu hogar?», preguntó Buda.
El hombre le dijo el nombre de la ciudad y del Estado donde se encontraba su hogar. Le habló del sitio donde nació y creció. También le explicó cómo, unos años antes, había emigrado para buscar un empleo.
«¿Sigues acudiendo a tu hogar?», preguntó Buda.
«Sí, con tanta frecuencia como puedo», le dijo el joven hombre. «Mi familia todavía vive allí. Tengo amigos con los que me crié. Incluso tengo una novia con la que espero casarme algún día.»
«Entonces», observó Buda, «si viajas con tanta frecuencia, debes conocer muy bien el camino».
«Lo conozco como la palma de mi mano», replicó el joven. «Tan bien que creo que podría ir con los ojos vendados», bromeó.
«Si tan bien lo conoces, ¿podrías describírselo a alguien que fuera a emprender el camino por su cuenta? ¿Sería tu descripción fidedigna y clara?»
«Sí, naturalmente. A menudo he descrito la ruta a quien me lo ha preguntado, y he procurado hacerlo con la máxima claridad posible. No tendría ningún sentido darles unas indicaciones erróneas.»
«De las personas que te han preguntado por el camino», inquirió Buda, «¿todas tenían la intención de emprender el viaje?»
«No», contestó el hombre. «Muchos preguntan, pero no todos tienen el propósito de viajar. Algunos nunca encuentran el momento o no tienen la intención. A otros les gustaría, pero no se deciden.»
Buda siguió preguntando: «Entre los que se deciden, ¿cuántos llegan al destino final?»
«Bueno», dijo el joven, «normalmente sólo quienes se han fijado mi ciudad natal como objetivo. El camino no es sencillo y algunos desisten durante el viaje. Otros tienen como objetivo algún destino a mitad del trayecto».
«Entonces», dijo Buda, «ambos tenemos una experiencia similar. Las personas acuden a mí, viéndome como alguien que ha hecho un particular viaje y que conoce bien el camino. Me piden que se lo explique. Disfrutan con la descripción que hago del camino, y les gusta la forma como hablo de ello, pero no todas las personas se adentran en él. Entre quienes inician el viaje, no todos optan por recorrer el camino hasta el final, y en consecuencia, no todos alcanzan el objetivo final».
»Como tú», prosiguió Buda, «he intentado describir el camino de la forma más clara y fidedigna posible, pero no puedo empujar o tirar de alguien u obligarle a que recorra el camino. Todo lo que puedo decir es: "Yo he recorrido el trayecto. Durante el mismo he aprendido cosas. Esta es mi experiencia. Soy feliz de compartirla contigo. No puedo hacer más. Si quieres alcanzar tu objetivo, debes ser tú quien recorra el camino".»
Bufu Ikkan
Bushi Dojo
Durante años había estado asistiendo diariamente a las enseñanzas de Buda. Le había oído hablar de la tolerancia. Había dedicado tiempo a meditar sobre unos principios que nunca había puesto en práctica. Algunas personas podrían interpretar esta actitud como de resistencia, rebeldía o enfado, pero más bien parecía que nunca encontró la oportunidad para llevar a cabo las enseñanzas que se le impartieron.
Cierta tarde hizo acopio del suficiente valor para formular a Buda una pregunta:
«¡Oh, Sabio Señor!», empezó diciendo, «durante años he escuchado vuestras enseñanzas. He intentado aprender cuáles son los caminos que conducen a la iluminación, pero ello no ha modificado mi vida en ningún sentido».
«Entonces», inquirió Buda, «¿cuál es tu pregunta?»
«A lo largo de los años», dijo el joven, «he visto a muchas personas asistir a sus enseñanzas. Algunas se quedan, otras se marchan. Entre ellas hay monjes y monjas, ricos y pobres, hombres, mujeres y niños. Algunas parecen haber alcanzado su objetivo. Demuestran un sentimiento de paz interior. Cuidan de los demás. Viven con alegría y felicidad. Pero no con todas las personas sucede lo mismo; es más, a la mayoría no le sucede esto. Diría que la mayor parte de personas siguen siendo las mismas que cuando vinieron por primera vez. Incluso para algunas, las circunstancias de sus vidas han empeorado. Obviamente, usted es un gran maestro. Es caritativo y bondadoso con esa gente. ¿Por qué no utiliza su poder para ayudarles? ¿Por qué no les indica la forma de alcanzar su objetivo final?»
La expresión de Buda era compasiva, pero su respuesta pareció intrascendente. El hombre pensó que no había captado el planteamiento de su pregunta.
«¿Dónde está tu hogar?», preguntó Buda.
El hombre le dijo el nombre de la ciudad y del Estado donde se encontraba su hogar. Le habló del sitio donde nació y creció. También le explicó cómo, unos años antes, había emigrado para buscar un empleo.
«¿Sigues acudiendo a tu hogar?», preguntó Buda.
«Sí, con tanta frecuencia como puedo», le dijo el joven hombre. «Mi familia todavía vive allí. Tengo amigos con los que me crié. Incluso tengo una novia con la que espero casarme algún día.»
«Entonces», observó Buda, «si viajas con tanta frecuencia, debes conocer muy bien el camino».
«Lo conozco como la palma de mi mano», replicó el joven. «Tan bien que creo que podría ir con los ojos vendados», bromeó.
«Si tan bien lo conoces, ¿podrías describírselo a alguien que fuera a emprender el camino por su cuenta? ¿Sería tu descripción fidedigna y clara?»
«Sí, naturalmente. A menudo he descrito la ruta a quien me lo ha preguntado, y he procurado hacerlo con la máxima claridad posible. No tendría ningún sentido darles unas indicaciones erróneas.»
«De las personas que te han preguntado por el camino», inquirió Buda, «¿todas tenían la intención de emprender el viaje?»
«No», contestó el hombre. «Muchos preguntan, pero no todos tienen el propósito de viajar. Algunos nunca encuentran el momento o no tienen la intención. A otros les gustaría, pero no se deciden.»
Buda siguió preguntando: «Entre los que se deciden, ¿cuántos llegan al destino final?»
«Bueno», dijo el joven, «normalmente sólo quienes se han fijado mi ciudad natal como objetivo. El camino no es sencillo y algunos desisten durante el viaje. Otros tienen como objetivo algún destino a mitad del trayecto».
«Entonces», dijo Buda, «ambos tenemos una experiencia similar. Las personas acuden a mí, viéndome como alguien que ha hecho un particular viaje y que conoce bien el camino. Me piden que se lo explique. Disfrutan con la descripción que hago del camino, y les gusta la forma como hablo de ello, pero no todas las personas se adentran en él. Entre quienes inician el viaje, no todos optan por recorrer el camino hasta el final, y en consecuencia, no todos alcanzan el objetivo final».
»Como tú», prosiguió Buda, «he intentado describir el camino de la forma más clara y fidedigna posible, pero no puedo empujar o tirar de alguien u obligarle a que recorra el camino. Todo lo que puedo decir es: "Yo he recorrido el trayecto. Durante el mismo he aprendido cosas. Esta es mi experiencia. Soy feliz de compartirla contigo. No puedo hacer más. Si quieres alcanzar tu objetivo, debes ser tú quien recorra el camino".»
Bufu Ikkan
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